La crónica del Campeonato Sudamericano (así se llamaba la Copa América) de 1946 debería focalizarse en el espléndido fútbol desplegado por la Selección, en la constelación de cracks que la integraban y en el hecho de conquistar invicta la octava corona. Ganó los cinco partidos, marcó 17 goles y sólo le convirtieron 3. Un ballet. Pero la historia dentro de la historia obliga a detenerse en el clásico con Brasil que definió el título, una batalla cruenta y vergonzosa que empezó entre los jugadores y siguió con la Policía Federal repartiéndole garrotazos a la delegación visitante mientras el Monumental de Núñez rugía desaforado.

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Como era habitual en esa época, el torneo se jugó todos contra todos, por puntos. A la Selección le alcanzaba con empatar en la última fecha para consagrarse, ya que Brasil había tropezado en el camino igualando con Paraguay (1-1). Se venía un mano a mano decisivo, calentado además por episodios de violencia registrados en varios clásicos disputados durante los años previos. Era una pica a muerte y varios jugadores se la tenían jurada. Sólo se necesitaba una chispita para quemar las naves, pero lo sucedido ese 10 de febrero de 1946 fue más allá. Las llamas lo devoraron todo.

Brasil, con las estrellas que disputarían el Mundial cuatro años más tarde (el trío Jair-Zizinho-Chico, aunque sin el maravilloso Ademir), tenía con qué plantarle cara a la Selección. El problema -para ellos- era que Argentina mandó a la cancha a De la Mata, “Tucho” Méndez, Pedernera, Labruna y Loustau. ¿Cómo vencer a semejante equipo? Apelando al roce, pero se les fue la mano. A los 28’, con el cero sin romperse, Jair le entró tan mal al capitán José Salomón -tótem de la historia racinguista- que le fracturó la tibia y el peroné. La cancha se transformó en un ring y la Policía entró a repartir palos; por supuesto, contra los brasileños, que huyeron al vestuario.

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Fue Domingos Da Guia, quien había jugado en Boca, el que convenció a sus compañeros. Volvieron al campo y el partido que había empezado a la siesta concluyó de noche, con victoria argentina por 2-0 con un doblete de “Tucho” Méndez. Así se cerró una campaña impecable, que había encadenado triunfos sobre Paraguay (2-0), Bolivia (7-1), Chile (3-1) y Uruguay (3-1). Un campeón de alto vuelo, aunque con un desenlace tempestuoso.